PARCIAL
1: Pueblos Ricos, Pueblos Pobres
EL MUNDO AL FINAL DE LA GUERRA FRÍA
Al
culminar el enfrentamiento Este-Oeste, la humanidad esperaba el surgimiento de
un nuevo orden internacional capaz de producir un desarrollo continuo, con
equilibrio, cooperación, respeto y paz, tal como sugería la propaganda que se
extendió por el mundo, vendiendo los espejos de colores de los nuevos tiempos.
Terminados, supuestamente, los conflictos ideológicos, la Guerra Fría había
quedado definitivamente atrás y la oferta globalizadora, publicitada
mundialmente, abrió las expectativas esperanzadas de un mundo cansado de
guerras.
El
fenómeno denominado “globalización” se exhibía a sí mismo como una etapa que
daría por finalizada la historia, tal como había sugerido Francis Fukuyama,
para quien los cambios que iban a sobrevenir en el nuevo ciclo reducirían las
abismales diferencias entre las naciones pobres o “en desarrollo” y las
naciones ricas e industrializadas[1].
Durante
un tiempo, buena parte del mundo permaneció cautivado y cautivo de esta oferta
que, de acuerdo con su formato publicitario –numerosos intelectuales del
llamado Tercer Mundo-, iba a terminar para siempre con la pobreza, la
ignorancia, las injusticias y las inequidades –y con las consecuentes
rebeliones y conflictos abiertos a lo largo del siglo XX-.
Otra
esperanza puesta con el fin de la Guerra Fría era el desarme nuclear, por el
que habían luchado los pacifistas del mundo durante tantos años, y que los
fondos destinados a gastos militares se canalizaran hacia el largamente
esperado desarrollo y la defensa sostenida del medio ambiente. También se
demandaba libertad para que cada país pudiera elaborar su propio proyecto de
crecimiento a partir de sus reales circunstancias y no de las necesidades de
los países ricos o de las transnacionales.
Sin
Guerra Fría, aparentemente, la teoría de la Seguridad Nacional, que en los años
70 había significado la siembra de dictaduras militares en América Latina,
pasaría a ser un mal recuerdo. Además, la globalización agilizaría la dinámica
de los organismos defensores de los derechos humanos, ya que una política de
respeto de ellos alcanzaría entidad global.
Pronto
todas esas expectativas fueron mermando al ritmo de la inestabilidad. Y el
anunciado nuevo esquema de desarrollo económico internacional brilló por su
ausencia, mientras los foros internacionales quedaban fuera de los avances
democratizadores.
La
desaparición del campo socialista no contuvo la crisis de valores de Occidente.
Aparecieron en escena, como consecuencia del modelo impuesto, los nacionalismos
exacerbados en el marco de desintegraciones jamás imaginadas. La guerra en el
Golfo Pérsico, a principios de los 90, y luego el drama de los Balcanes,
evidenciaron o fueron el relámpago de la tormenta que sobrevendría.
La
ruptura del equilibrio de la Guerra Fría y la desaparición de un orden que no
había sido aún plenamente sustituido enmarcan la sensación de vacío de fin de
siglo, una etapa de transición que no terminaba de definir sus tendencias.
Esta
transición histórica es impulsada por los procesos de globalización,
regionalización, posnacionalización y localización. Bien entendido, en la
transición histórica mundial, ambas realidades mundiales (la declinante y la
emergente) se encuentran imbricadas, debido a lo cual los problemas mundiales
se nos presentan de manera muy compleja.
El
mundo nuevo emergente tiende a configurarse a partir de cuatro niveles
espaciales: lo global, lo regional, lo posnacional y lo local; impulsados por
los procesos de globalización, de regionalización, de posnacionalización y de
localización, respectivamente (Rocha, 2003a), situación que bien puede llamarse
de post-modernidad.
El
mundo ha ingresado en un proceso de mutaciones inéditas y que los Estados
nacionales juegan a reposicionarse estructuralmente en el Sistema del Mundo
Moderno declinante y en el Sistema Mundo emergente; por lo tanto Estados
nacionales apuestan a la globalización por medio de la creación de empresas
transnacionales dedicadas al comercio, la producción, la inversión, entre otras
actividades, y la creación de regímenes globales de diversa índole.
Por otro lado, si miramos el mapa de la regionalización
del mundo encontraremos que casi la mayoría de los Estados nacionales se
encuentran inmersos en procesos de integración regional por todo el mundo.
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